jueves, 22 de marzo de 2012

El pastel de Gargantúa


En su libro “Rincones de la Historia”, Gabriel maura Gamazo, hijo del político Antonio Maura, cita a Antony Meray que en su libro de 1.876 ”Les cours d’amour” (aunque he podido comprobar que este no es el título completo, pero me aburre escribir en francés), dice textualmente en referencia a los cocineros franceses que “Ellos solos sabían construir los enormes pasteles de piezas de caza, en forma de ciudadelas, de donde se escapaban, al ser abiertos sobre la mesa del banquete, liebres vivas, enanos deformes que las perseguían y nubes de palomas, contra las cuales lanzaban sus azores los invitados…”.
El libro en cuestión.
 ¡Y creíamos que lo del Ferrán Adriá era cocina elaborada! Por favor, pero si es un pobre aprendiz, un alma cándida que no puede casi ni imaginar la grandeza de aquéllas épocas pretéritas, tiempos grandiosos en que las espumas esas que se añaden al plato con un sifoncillo no podían ni ser imaginadas. No parece difícil imaginar la cocina de un restaurante actual, quizá más parecida a un laboratorio que a otra cosa, pero no pasa lo mismo con estas cocinas francesas de la antigüedad,de modo que hagamos un pequeño análisis de lo que llevaría aparejado la receta de este pastel magnífico que cita nuestro buen Meray.
Primero la cocina: se necesitaría una cocina tamaño catedral, con un espacio grande en que montar el tinglado, porque parece más fácil hornear la ciudadela en trozos que puedan montarse que disponer de un horno gigante (amén de que los enanos y las liebres llevan mal el ser asados vivos), y por supuesto si se montaba en la cocina quedaba pendiente el tema del transporte, ya que la tecnología de la época no contemplaba grandes plataformas sino carros, por lo que parece más plausible el que se efectuase el montaje en el comedor directamente.
Y luego está el asunto de los ingredientes: nada que objetar a lo que supongo son habituales en cualquier pastel de ese tipo salvo las cantidades: huevos, harina, sal... e incluso las liebres vivas o las palomas, no hay problema. Pero los enanos deformes son otra historia: ¿se subcontrataban o había alguien especificamente dedicado a buscarlos por los pueblos de alrededor? Y no solo eso: en caso de que hubiese varias fiestas seguidas ¿tenían habitaciones donde esperar su turno cerca de la cocina? porque no creo que los buscasen de cada vez. Y ¿qué posibilidades tiene un enano deforme de atrapar una liebre que corre acojonada tras salir de un pastel y observar que fuera le esperan un montón de energúmenos con azores y borrachos como cubas? ¿Cómo se contenían las liebres dentro del pastel mientras se esperaba el momento de la apertura? ¿Y las nubes de palomas? ¿Alguien sería capaz de comer un pastel relleno de excrementos de paloma y liebre que ha sido pisoteado por una horda de enanos deformes? 
Imagino también que cuando te invitaban a un sarao de estas características indicaban si tenías que llevar el azor o, por el contrario, ese día el menú no contemplaba pastel porque los enanos estaban de fiesta, las liebres estaban en veda o las palomas habían emigrado a algún país más civilizado, suponiendo que lo hubiese.
Total, que mientras los maestros franceses llegaban a la cúspide absoluta de la elegancia y el saber hacer culinario, nosotros dale que te pego con los duelos y quebrantos mientras los galgos corrían tras las liebres, las palomas volaban por los campos y los enanos deformes se dedicaban a lo que fuese que se dedicasen los enanos deformes en aquél entonces, apartados como estaban de las modas afrancesadas de algunos cocineros gilipollas.
Besos castos.

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